"Niño geopolítico, observando el nacimiento del hombre nuevo" - Salvador Dali, 1943 - Oil on canvas, 45.5 x 50 cm - The Salvador Dalí Museum (Morse Charitable Trust), St Petersburg, Fl, USA.

viernes, 8 de octubre de 2010

"LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO" DE CHARLES TAYLOR...


Juan Sebastian Cadavid
Estudiante del Curso Introducción a la ética
Universidad del Valle

Siguiendo los ejes en los que se movilizan las críticas a la cultura de la autenticidad, repasa el filósofo canadiense el enfoque que reprueba el carácter instrumental al que son reducidas las asociaciones sociales y comunicativas del individuo que enarbola la autorrealización y que deviene en una suerte de “anti-eticidad”. En este sentido, las relaciones que entabla el individuo son sirvientes de una finalidad que vendría a sustentar tal lazo y que resulta, por ejemplo, en valoraciones funcionales. Taylor llama la atención sobre “la centralización en el yo” que parece sugerir, a propósito de la  ética de la autenticidad, esta crítica político- moral; desconociendo que la raíz epistemológica de la autenticidad “es una faceta del individualismo moderno, y constituye un rasgo de todas las formas de individualismo (…) que propongan modelos de sociedad”. Con esta claridad, el autor destacará dos manifestaciones posibles de la reflexión sobre la vida en comunidad en la cultura de la autorrealización, a saber: el “derecho universal” y “la esfera de la intimidad”. La primera manifestación se relaciona con el principio moral del relativismo blando que a la vez que otorga al individuo su irreductible mismidad, lo previene de violentar la de la otredad, dado el carácter general y “justo” de esa oportunidad denominada “uno mismo”. La segunda evidencia la liga el autor con los estadios cotidianos o anodinos en los que el Ser se autoexplora y autodescubre, Charles Taylor insinúa que este vuelco de la “esfera superior a la “vida corriente” que se distingue en la noción de la “vida buena” tiene raíces bastante antiguas[1]

Además de esto, la condición dialógica de la construcción de la cultura y del sujeto también contiene su correspondencia con el desarrollo de la autenticidad moderna. Distinguiéndose, según el autor, dos cambios claves que a este respecto se evidencian en la disyuntiva entre identidad y reconocimiento. Por un lado, el derrumbe “de las jerarquías sociales” que promovía sustentos para la exclusión y la desigualdad; por otra parte, el cambio del concepto de “honor” por el de “dignidad” que esconde un profundo interés por aquello que pudiese revestir a la individualidad en general y no a unos cuantos individuos (este cambio es sumamente caro para la democracia contemporánea, pero ¿será un logro o una preocupación que a la postre ha resultado casi irresoluble para los demócratas?). Una manera de comprobar que estas nuevas premisas han tenido mella en el orden de lo social, podríamos encontrarla, siguiendo a Taylor, en la trasformación, subyacente en el principio constitutivo de la identificación del sujeto, que se nota entre el rol que definía al Ser en tanto la investidura funcional que la sociedad le lanzaba, y el sujeto moderno que elige su propio rol (no se abandona el rol como “carné” identificatorio, “puesto que las personas pueden todavía distinguirse por sus papeles sociales”, pero la autenticidad ha antepuesto la elección del yo a la de la sociedad misma, sin embargo, es la sociedad la que deberá aún reconocer, mediante el dialogismo, el a priori selectivo y original del yo; es aquí donde la cultura de la autenticidad introduce las reflexiones sobre los determinantes del reconocimiento, cuya negación “puede constituir una forma de opresión”).             



[1] En este punto, sería bastante interesante indagar como se cumple en la historia de la literatura esta dinámica de abandono de la gravedad de lo superior-enaltecido-sagrado, a lo mundano-cotidiano. Se me ocurre, para comenzar, cómo el ascenso moral en la Commedia, de Dante Aliguieri, recurre a tres estadios sacros de la tradición judeo-cristiana para repasar como las sociedades y los individuos se procuraban su bien, además, claro, las consecuencias punitivas u honrosas de dichos cauces; mientras que, distante del Renacimiento dantesco, un autor como Balzac trasladará sus inquietudes por los horizontes morales de la sociedad francesa a los estadios de las Escenas de la vida privada y las Escenas de la vida social en las que se divide su Comedia Humana. El desarrollo de esta intuición necesitaría, no obstante, su propio texto argumentativo.

jueves, 23 de septiembre de 2010

"HORIZONTES INELUDIBLES" DE CHARLES TAYLOR


Diana Patricia Doncel Quinayas
Estudiante del Curso Introducción a la ética
Universidad del Valle

Este capítulo plantea la necesidad que tenemos de reconocer lo externo, aquellos horizontes de significación para poder definirnos, pues de lo contrario esa definición caería en lo trivial. Taylor inicia preguntándose por la posibilidad de hablar razonablemente con una persona que se halla sumida en la cultura de la autenticidad; planteando como objetivo la afirmación de que se puede argumentar razonadamente estas cuestiones, esta pretensión –como la llama Taylor- ayudará a comprender mejor el ideal de la autenticidad.

Veíamos en El debate inarticulado como el subjetivismo moral hacía a un lado el lugar de la razón en las disputas morales. En este capítulo Taylor plantea que “razonar en cuestiones morales significa razonar con alguien”, en este razonamiento el reconocimiento de una exigencia moral permite una discusión entre iguales. Es así como apelando al carácter dialógico de la vida, Taylor plantea aquí la importancia que tiene el otro en nuestra autodefinición, en donde nuestra identidad se construye en diálogo con aquello que nos rodea; será este carácter dialógico y algunos aspectos de la autenticidad lo que utilizará Taylor para demostrar lo errónea que pueden ser las formas de  autorrealización que no reconocen “(a.) Las exigencias de nuestros lazos con los demás o (b) las exigencias de cualquier tipo que emana de algo que está más allá de los deseos o aspiraciones humanas” (pág. 70) dado que destruye las condiciones en que se realiza la autenticidad. Será en éste capítulo donde desarrollará el punto b.

A diferencia del subjetivismo que tiende a dejar de lado el significado pues el valor se halla en la elección; Taylor nos dice que la definición de nosotros mismos se da resaltando lo significativo, lo cual es algo que nosotros no determinamos, destruyéndose así –según Taylor- el relativismo blando; lo significativo se encuentra en el horizonte, este no se puede dejar de lado en el momento de definirnos. Si bien, la autenticidad se funda en la libertad autodeterminada, la elección de vida que supone ésta libertad no se desentiende de lo significativo. Pero, por otro lado ese trasfondo que sostiene la importancia de la elección no es suficiente como horizonte, aquí se introduce el ideal de la autoelección, en donde se supone que hay otras cuestiones significativas más allá de uno mismo.

Al dejar de lado los horizontes de significación que trasciende al yo, la cultura de la autorrealización no está en sintonía con la cultura de la autenticidad, pues no reconoce las condiciones de significación, las exigencias que están más allá del yo, “La autenticidad no es enemiga de las exigencias que emanan de más allá del yo; presupone esas exigencias.” (pág. 76)

Miguel Ángel Reyes 
Estudiante del Curso Introdución a la ética
Universidad del Valle

En esta parte, el autor aborda la pregunta de cómo se puede discutir razonadamente algo con quienes viven la cultura de la autenticidad moderna, para lo que se establece que como base a cualquier respuesta debe entenderse que el rasgo general de vida humana es el carácter dialógico de la misma, del cual se desprenden nuestra capacidad de conformar pensamientos, lenguajes y por supuesto, las identidades de los individuos. Esto último es así, en cuanto la aportación de otros significativos tanto en el comienzo de la vida como a lo largo de esta, configuran el entendimiento de quien creemos ser.

Posteriormente, Taylor comenta de qué manera existen ciertas exigencias inherentes al ideal de la autenticidad y como resultan inadecuadas sus formas “egocéntricas” y “narcisistas”. De allí que argumente que la definición de sí mismos no puede hacerse sino con respecto a lo que significativamente me diferencia de los demás, no por lo que la persona pueda determinar es significativo –como hace el relativismo blando- sino por el fondo de inteligibilidad u horizonte de significados que configuran la realidad. Así pues, quien suprima o niegue los horizontes que otorgan significación a las cosas, reduce la legitimidad de su definición al ejercicio de elección entre varias opciones y priva, a su vez, a estas opciones de su significación. De esta última forma, se deduce que este discurso termina por la simple afirmación y exaltación de la elección, o lo que es lo mismo la afirmación del principio subjetivista que alimenta al relativismo débil. Además, una diferencia presentada de esa forma se convierte en insignificante en tanto que la exaltación de la elección inhibe la orientación de que la opción escogida tenga igual valor que las demás.

Así pues, para Taylor la autenticidad no puede defenderse con formas que hagan desplomarse los horizontes de significados, por lo que la libertad autodeterminada solo tiene sentido en cuanto ciertas cuestiones puedan argumentarse ser más significativas que otras. De manera que las formas egocéntricas y narcisistas son formas superficiales y trivializadas de la autoelección, y son así porque huyen de las exigencias de este ideal, llegando incluso a posturas de autoanulación. 

Taylor concluye, entonces, que solo se define una identidad contra el trasfondo de aquellas cosas que tienen importancia, y que la autenticidad no es enemiga de las exigencias que emanan de más allá del yo, antes bien, presupone estas exigencias.

Gustavo Andrés Jimenez
Estudiante del Curso de Introducción a la ética
Universidad del Valle

El autor da inicio a este capítulo reconociendo la cuestionabilidad de la aplicación de la razón al fenómeno de la autenticidad presente en las gentes de la cultura contemporánea, agregando que razonar sobre las cuestiones morales implica razonar con alguien. Así pues siguiendo la idea de que las personas de la cultura contemporánea intentan seguir este ideal -de la autenticidad- Taylor plantea dos inquietudes que le son consecuentes: ¿cuales son las condiciones necesarias para la realización de este ideal? y ¿a que apela el ideal adecuadamente entendido? 

Así con miras a la resolución de estas inquietudes, el autor aborda en primera instancia el carácter fundamentalmente dialógico de la vida humana, sosteniendo y recalcando que esta característica se mantiene de manera permanente más allá de la génesis del desarrollo humano. Hecho fácilmente constatable en el fenómeno de la identidad. Esta determinación generaría unas objeciones que obligan al autor a definir qué entiende por identidad: “se trata de “quién” somos y “de dónde venimos”. Como tal constituye el trasfondo en el que nuestros gustos y deseos, y opiniones y aspiraciones, cobran sentido”

Una vez Taylor ha establecido una relación entre el carácter dialógico y la identidad, propios de la condición humana,  decide relacionarlas con ciertas exigencias inherentes al ideal de autenticidad, siendo las denominadas egocéntricas y “narcisistas” manifiestamente inadecuadas debido a que desconocen las exigencias propias de los lazos con los demás, y de igual manera las exigencias propias “de algo que está más allá o fuera de los deseos y aspiraciones humanas”. Siendo consecuencia de este desconocimiento la destrucción misma de la autenticidad.

Así pues abordando el tema de los lazos con los demás el autor plantea que la definición de lo que es significativo -en términos de la originalidad-  está dado en la relación con los otros, en una diferenciación con respecto a los demás. Con esto en mente el llamado   relativismo blando “sería algo disparatado”, como lo plantea el autor. Y esto ocurre debido a que “el que tengamos cierta impresión de las cosas nunca puede constituir base suficiente para respetar nuestra posición, porque nuestra impresión no puede determinar lo que es significativo. El relativismo blando se auto destruye”. Estas disertaciones llevan al autor a resaltar que las cosas adquieren importancia contra un fondo de inteligibilidad, un horizonte de significado.

Con miras a hacer más aprehensible el fenómeno del horizonte de significado el autor realiza una incisiva crítica a la cultura contemporánea manifestando que la “...libertad autodeterminada. Es en parte responsable del acento puesto en la elección como consideración crucial, y también del deslizamiento hacia un blando relativismo”. Insistiendo de igual manera en el hecho de que en el fenómeno de la elección existirían opciones que tendrían más significado que otras,  por tanto -si se desconoce el horizonte de significado- “el ideal mismo de auto elección como idea moral sería imposible”.

De éste modo el autor plantea que el horizonte de significado es una suerte de soporte del ideal moral de la cultura contemporánea, “de modo que el ideal de auto elección supone que hay otras cuestiones significativas más allá de la elección de uno mismo. La idea no podría persistir por sí sola, porque requiere un horizonte de cuestiones de importancia, que ayuda a definir los aspectos en lo que la autoformación es significativa”. De igual manera el autor insiste en que el horizonte de significado contempla de manera necesaria las exigencias que proceden de más allá del yo, así pues, la existencia en “un mundo en el que la historia, o las exigencias de la naturaleza, o las necesidades de mi prójimo humano, o alguna otra cosa de ese tenor tiene una importancia que es crucial, puedo yo definir  una identidad para mí mismo que no es trivial”. Concluyendo que no existe enemistad o incompatibilidad alguna entre dichas exigencias y la autenticidad.

Finalmente el autor termina éste capítulo abordando el problema de una forma de realización que niega los vínculos con los demás.

lunes, 20 de septiembre de 2010

" LAS FUENTES DE LA AUTENTICIDAD" DE CHARLES TAYLOR



Armando Daniel Pantoja
Estudiante del Curso Introducción a la ética
Universidad del Valle

Según Charles Taylor, la ética de la autenticidad como algo nuevo, que esta basada en formas anteriores del individualismo de la racionalidad no comprometida en la que cada persona, tiene y debe pensar por si misma de una forma autorresponsable.

Pero se plantea también que la autenticidad ha entrado en conflicto con las formas anteriores, por que a pesar de haber nacido en época en la que fundamentalmente se rige sobre el individualismo de la racionalidad no comprometida, se mostraba crítica a esta.

De ahí que para entender su planteamiento se debe partir desde su inicio, en la que los seres humanos debe estar de moralidad o “Sentido Moral” de un sentimiento que nos lleve a descubrir lo que esta bien o lo que esta mal, que llevan a calcular consecuencias de premio o castigo divino, se puede decir entonces que la moralidad esta dotada de una voz interior.

La autenticidad se desarrolla a partir de un desplazamiento de esta idea de la moral, que nos puede ayudar a descubrir qué es lo correcto a la hora de actuar, basado en el pensamiento o significado independiente y crucial.

Todo se rige desde adentro de nosotros, según las visiones anteriores la fuente trascende al propio individuo, como es el caso de cualquier religión en el que la fuente moral es Dios o de otras doctrinas como la platónica donde sería el mundo de las ideas coronado por las ideas del Bien. Según estas nuevas noción  la autenticidad, la fuente moral la debemos buscar en nosotros mismos. Una nueva forma de interioridad en la que terminamos por pensar en nosotros mismos como seres investidos de una profundidad interior. Según Taylor, se puede entender, esta nueva visión, de la teoría agustiniana, por la cual el camino de Dios sigue la senda de una “conciencia reflexiva”

Uno de los autores que más contribuye al cambio es Rousseau, que plantea la visión de seguir la voz de la naturaleza, que surge en nuestro interior, pero que a la vez se pierde por medio de las pasiones que induce nuestra dependencia de los otros, generando una “libertad autodeterminada” una forma diferente de actuar. Soy libre cuando decido por mí mismo, sobre lo que me conviene sin que intervengan influencias externas. 

Uno de los peligros constantes ha sido el adoptar una posición instrumental, material, que ha hecho que se pierda la originalidad de ser y actuar libre he independientemente para encontrar unos objetivos claros.  

Cada ser humano, tiene una forma original de ser, y actuar para no salir del camino adecuado qué lo lleven a pensar de una forma correcta a la hora de “realizarse”. Por que la significación para determinar que cosa es más valiosa que otra se da dentro de uno mismo.


Gustavo Adolfo Palacios
Estudiante del Curso de Introducción a la ética
Universidad del Valle

Individuo, forma original

Lo que plantea y quiere evidenciar Taylor en este capítulo, es: ¿Cómo el sujeto en condición de su individualidad plantea una moralidad? Pasando la ética consecuencialista, Taylor explica lo que él denomina como “Las fuentes de la autenticidad”. En este punto encontramos que el individuo encuentra en sí mismo, la fuente permanente de un micro-mundo que se rige de acuerdo a criterios propios y sobre todo guiado por un sentir, que tiene su propia expresión en el interior de cada sujeto.

Cuando el sujeto produce una mirada al interior de sí mismo y su configuración como universo propio. Puede encontrarse con algo tan vasto que deje ver las posibles salidas de una problemática instaurada en el universo exterior, ante esto Charles Taylor propone argumentando a Rousseau, que el sujeto es portador de una libertad autodeterminada lo cual permite un fluir desde lo interior hacia lo exterior y no en una relación inversa (un individuo sujeto a las leyes impuestas por su mundo). Dicha interacción entre estos dos universos es posible gracias al sentir que vivencia el ser humano y la participación o más bien el reconocimiento de una interioridad que se expresa a través de cada ser.

En algunos casos puede ser reconocido como una voz interior que no es más que uno mismo, pero adentro, no afuera como siempre pretendemos pensarlo (incluso un pensamiento proviene desde adentro). Esto es identificado por Herder y su propuesta que conduce a pensar el ser humano como una forma original que prevalece e instaura una medida, la cual expresa una interpretación de moral subjetiva.

En este capítulo hay una firme propuesta enfocada a reconocer esa forma original y dejar por sentado su prioridad en el mundo contemporáneo, en el cual se pretende mostrar sujetos expresando su máximo sentido de libertad sujeto a las condiciones que impone un mundo exterior. Sino que el ser debe buscar que su interioridad se manifieste e interprete ese mundo de acuerdo a un sentir propio y por ende único.



Juan Seabastián Cadavid
Estudiante del Curso de Introducción a la ética
Universidad del Valle

Este tercer capítulo de La ética de la autenticidad repasa los orígenes de la “cultura de la autenticidad” moderna: desde el “individualismo de la racionalidad no comprometida”, de Descartes; pasando por el “individualismo político”, de Locke; o el eterno crítico de la racionalidad, el Romanticismo; hasta el pensamiento Rousseauniano y sus posteriores malformaciones totalitaristas. 

A partir de estas posibilidades genealógicas, Taylor se enfoca en la arraigada noción del “sentido moral intuitivo” que presupone que cada Ser Humano tendría inherentemente a sí la distinción valorativa binaria de lo malo y lo bueno. Para enlazar esta idea dieciochesca al moderno concepto de “autenticidad”, el autor se vale de la figurativa presencia del “desplazamiento del acento moral”: si aquella intuición del sentido moral, ese “contacto con nuestros sentimientos morales”, haya su desembocadura natural en la acción correcta o incorrecta; después de dicho “desplazamiento” el “acento” (la primacía, podría decirse) lo tiene puesto el gesto de volver a lo íntimo, el contacto con el interior reflexivo de cada individuo. El “desplazamiento del acento moral” se hace en sí mismo condicionante de la plenitud humana. 

Llama particularmente la atención eso que el autor denomina como el “giro subjetivo de la cultura moderna”, un recorrido curioso de la representación de lo “profundo interior” en la dinámica de la cultura occidental, donde se aprecia cómo el contacto con lo “sublime positivo” pasa de ser una búsqueda de ideas exteriores (“Dios o la Idea del Bien”, por citar ejemplos del filósofo canadiense) a una fuente interna donde podrían residir todas estas representaciones espirituales. 

Lo “profundo interior” puede rastrearse, dice Taylor, desde la filosofía agustiniana hasta las variantes de Jean Jacques Rousseau. A propósito de este último, Charles Taylor postulará la noción de “libertad autodeterminada”, cuya significación desliga las “imposiciones externas” de las decisiones del sujeto: éste se hace libre en tanto decide por sí mismo. 

Ya en El contrato social, siguiendo al autor, se evidenciaba una suerte de politización de esta idea cuando Rousseau señala que si el Estado ha sido gestión de una comunidad libre, no hay cabida para la oposición en nombre de otra libertad alguna. Si las consecuencias políticas de lo anterior han sido lamentables, lo que sí es destacable es que en este vuelco a lo intrínseco para adoptar posiciones, en este contacto con lo “profundo interior”, en esta fidelidad “a la propia originalidad”, en esta justa “medida” (en el decir de Herder), subyace para Taylor la definición de sí mismo que realiza el sujeto moderno: las fuentes de la autenticidad se erigen como asidero de una tesis cara para el autor, la de la autenticidad como ideal moral.         


Breina palacios Rodríguez
Estudiante del Curso Introducción a la ética
Universidad del Valle



La ética de la autenticidad es una de las vertientes de la cultura moderna, sin embargo éste es el resultado de un proceso de pensamiento que se puede remitir un poco más atrás de la propia edad moderna.

En el periodo romántico, los seres humanos están dotados de un tipo sentido moral, una especie de sentimiento intuitivo que les permite discernir entre lo que está bien o mal, podríamos entender este sentimiento como una especie de voz interna que guía al hombre a la hora de actuar. Este sentimiento era el resultado de una búsqueda, la cual era alcanzar ser verdaderos y plenos seres humanos, es decir, tener una existencia plena, pero a esta existencia plena se llegaba si había un contacto con Dios o con la idea de bien, y por tanto la única forma de llegar a Dios era a través de correctos actos.

Los estudios de San Agustín lo llevaron a observar que la senda que conducía a Dios pasaba por la conciencia reflexiva respecto a nosotros mismos, en otras palabras, si bien seguía una tendencia a llegar a Dios o a ser aceptados por él, este camino que habría que recorrer era interno y no sujeto a experiencias externas.

Sin embargo es con Descartes, para quien cada persona piensa por si misma de forma autoresponsable, con quien se da el “giro subjetivo” de la cultura moderna, una nueva forma de asumirse a sí mismo (individualismo). El pensamiento de la persona y su voluntad están por encima de la obligación social, esto último se puede verse más claramente con locke. 

Con Roussau, la cuestión de la moralidad consiste en seguir la voz de la naturaleza que surge de nuestro interior, una especie de contacto con uno mismo. Esto es lo que se conoce como libertad autodeterminada: soy libre cuando decido por mi mismo sobre aquello que me concierne en lugar de ser configurado por influencias externas, es decir, la capacidad que tiene el hombre para decidir sobre sí, sólo por sí mismo. 

Herder considera que cada persona o individuo tiene una forma original de ser humano, por tanto es importante ser fiel a uno mismo y el modelo de vida que se debe seguir se encuentra en sí mismo y no en lo exterior, de este modo, se deja de ser un simple instrumento manipulado y se pasa a ser original. Pues ser fiel a sí mismo significa ser fiel a la propia originalidad.

Así el ideal moderno de autenticidad consiste en desarrollar un potencial que sea en verdad el propio, donde se busca una autorrealización y un desarrollo de sí mismo, en otras palabras encontrar la forma de realizarse. 



Miguel Ángel Reyes
Estudiante del Curso Introducción a la ética
Universidad del Valle

Para Taylor, la ética de la autenticidad supone algo nuevo en la cultura moderna, pues se erige sobre formas anteriores de individualismo (como el individualismo de la racionalidad no comprometida de Descartes y el individualismo político de Locke). De manera que su punto de partida es el siglo XVIII y el desplazamiento del acento moral de la autenticidad, donde una denominada «voz interior» que funcionaba como medio para concretar el fin de dictar lo correcto e incorrecto de las acciones humanas, se desplaza de los juicios morales –o su fin- y actúa independientemente como una forma de realización plena para los sujetos. De forma que, antes que el contacto con una fuente divina o del bien, el ideal moral de la autenticidad se funda en el contacto con la profundidad del yo. Esto como parte del giro subjetivo de la era moderna, a su vez, no excluye la ligazón con Dios, las ideas, y el mundo exterior.

Las primeras versiones de esta visión se ubican en el teísmo o panteísmo de Jean Jacques Rousseau, que no solo inició el cambio con el recurso a un contacto íntimo o voz de la naturaleza que resolvía las cuestiones morales, sino que también lo articuló a la noción -denominada por Taylor- libertad autodeterminada o la idea de que se es libre cuando se decide por sí mismo lo que le concierne a la persona. Sin embargo, el ideal de la autenticidad se aviva con una evolución posterior a Rousseau relacionada con Herder, que establece que cada persona tiene su propia «medida» o forma original de ser humano. Fundando, de esta manera, una nueva clase de significado moral sobre las diferencias entre las personas, que le concede una nueva importancia al hecho de ser fiel a sí mismo y de encontrar la forma de ser humano que constituye su forma propia.

A su vez, esta pretensión considera como riesgo el peligro de perderse por conformidad con el mundo exterior, por lo que este contacto consigo mismo introduce el concepto de originalidad o la pretensión de autenticad. Así pues, como señala Taylor, “ser fiel a uno mismo significa ser fiel a la propia originalidad” y al enunciarlo se está definiendo la persona a sí misma; siendo este, pues, el trasfondo que otorga fuerza moral a la cultura de la autenticidad aún en sus formas degradadas y trivializadas.

viernes, 17 de septiembre de 2010

"EL DEBATE INARTICULADO" DE CHARLES TAYLOR


Diana Patricia Dancel Quinayas
Estudiante del Curso Introducción a la Ética
Universidad del Valle

En este capítulo, Taylor nos manifiesta el problema que se presenta entre los partidarios y los críticos de la cultura de la autenticidad, de hallar o articular en ella el ideal moral. Por un lado, sus partidarios defienden que esta cultura está basada en un ideal moral, pero no saben cómo articularlo; por otro lado, los críticos desprecian esta cultura, aduciendo que más que ideal, lo que hay aquí es un deseo no moral. Ante este panorama Taylor va a criticar el camino que se ha seguido en la búsqueda de ese ideal moral. También va a cuestionar algunos factores que han constituido esa cultura de la autenticidad y que asimismo han impedido la articulación de dicho ideal abriendo así una cuarta alternativa de articulación.

Por ideal moral se entiende la norma que dice que es lo que se debe desear en cuanto al modo de vida mejor o superior. En la búsqueda del ideal moral Taylor nos muestra como ejemplo de debate inarticulado, el libro de Allan Bloom El cierre de la mente moderna, en donde se hace presente el relativismo, dándole Bloom a esto una posición moral fundada en el respeto mutuo. Este relativismo nos dice Taylor es un error y hasta se autoanula, sin embargo rescata de todo esto el esclarecimiento del ideal moral que sostiene a la autorrealización, ser fiel a uno mismo presente en la autenticidad, aunque la incapacidad de articulación lo reduzca a axioma.

La cuestión por la fuerza moral y la incapacidad de articular este ideal, se ve complementada con algunos factores -como el liberalismo neutral, el subjetivismo moral y la manera en que se ha fundamentado la explicación en las ciencias sociales- que han imposibilitado un acercamiento al ideal moral. Taylor alejándose de las posturas partidarias, detractoras e intermedias, propone una labor de recuperación, en donde el ideal pueda ayudar a restaurar nuestra práctica, alejándose así del subjetivismo moral y de las formas de explicación que se ha valido las ciencias sociales y que han llevado a aprisionar al hombre.

Juan Sebastián Cadavid
Estudiante del Curso de Introducción a la ética
Universidad del Valle

A propósito de El debate inarticulado, de Charles Taylor

La búsqueda de epígonos del individualismo, tan censurado en la obra de Charles Taylor, nos lleva hasta las entrañas del “relativismo acomodaticio”. Éste parte de la premisa de que en los asuntos morales, en el entramado de valores a defender y fortalecer, cada Ser libre en la sociedad contemporánea genera los suyos propios. Esta autorregulación o, como lo nomina Taylor, “autorrealización”, desemboca en degeneraciones tan nefandas como la literatura de “superación personal” que tanta dependencia genera entre la juventud contemporánea y que la aleja de la autocrítica a la vez que la endulza con la autoindulgencia. 

Hasta aquí, el autor reconoce que simpatiza con los cuestionadores y las réplicas a la cultura actual, pero se separa considerablemente de estos postulados cuando plantea que esta tendencia a la “autenticidad” debe ser reconocida como un “ideal moral” o normativa para establecer principios en función de una “vida mejor o superior”. 

En este sentido, no todo lo que caracteriza a la contemporaneidad, moralmente hablando, es despreciable; la fidelidad a los preceptos del Ser, la infranqueable ética que dirige todos los verbos del sujeto, tiene enorme valor como postura caracterológica. 

En cuanto a la crítica que considera que el relativismo sí posee un ideal moral que se caracteriza por su nivel axiomático (incuestionable e imposible de hacerlo inteligible a otro), el filósofo canadiense señala tres detonantes de este “silencio” al que han replegado a los partidarios del “ideal moral de la autenticidad”: primero, el  “liberalismo de la neutralidad”, cuyo postulado de que los asuntos morales no pueden ser tenidos en la cuenta por un Estado pretendidamente imparcial, alejan del discurso político liberal a la nuevas generaciones y sus reflexiones; segundo, el arraigado apotegma que deslinda la razón de la moral (“subjetivismo moral”); tercero, la complicidad de unas Ciencias Sociales enclaustradas en los cimientos de una suerte de materialismo histórico, donde toda manifestación social podría explicarse, pero escasamente problematizarse, a la luz de una coyuntura histórica. 

Así pues, oscilando entre sus crítico severos, pero siguiendo con su sistema de construcción a partir de lo deformado (y no su demolición), Taylor encuentra un equilibrio que cree útil para las prácticas socio-culturales actuales y futuras.

Gustavo Adolfo Palacios
Estudiante del Curso de Introducción a la ética
Universidad del Valle
 

Ilusión de libertad

La instauración de un sistema económico que impulsa a el sujeto en la búsqueda irreal de su libertad, le permite tomarse ciertos criterios sobre la existencia  de los demás seres humanos sin tomar en cuenta la alteridad, es decir, el reconocimiento de un sujeto a otro bajo una total comprensión de su universalidad y complejidad interior. Por el contrario lo que nos ofrece la realidad de época es otra, estamos siendo participes de una constante rapiña, en la cual cada ser no puede andar expresando su complejidad, en cambio debe esconder gran parte de su ser y aconductarse de acuerdo a unos modelos medianamente permitidos. Dentro del modelo, todo esta bien, este modelo es el que convierte al ser en ego, una mera personalidad cumpliendo unas instancias de vida. Estas instancias o situaciones de vida crean el encierro de cada ser y la pérdida total de la libertad, dando una falsa ilusión de libertad.

El problema y sobre todo la degradación que ha matizado esta era es evidente e innegable, ante lo cual Taylor no tiene problema de reconocerlo, sin embargo afirma, y en esto concuerdo, no se puede abandonar al individuo. Cómo puede ser posible contemplar la alternativa de regresar a la oscuridad del misticismo, que si el ser humano ha logrado salir de allí, mejor que no ha de volver. La invitación de Charles es a regresar a la reflexión de estos paradigmas y contemplar desde el sujeto como individuo una posibilidad  para recuperar la susodicha libertad. Quizás en verdad pueda lograrse y no sea otro engaño de este mundo acomodaticio.

Mientras tanto los sujetos van con su ego  y las vidas trajinadas, pensando ensimismados, en el porvenir de su propia y egótica vida. Taylor expone en la reflexión la posibilidad de salida al paradigma del hombre moderno, quien cree tener algo que no sabe que es y llaman libertad. Ante lo cual el mundo entero contestara -Soy libre de salir cuando quiera-.

jueves, 2 de septiembre de 2010

"TRES FORMAS DE MALESTAR" DE CHARLES TAYLOR





Ana María Salazar
Estudiante del Curso "Introducción a la Ética"
Univalle

Para dar inicio a éste análisis me gustaría citar la siguiente premisa del estadounidense Martín Luther King “Nuestro poder científico ha sobre pasado nuestro poder espiritual. Hoy tenemos misiles dirigidos y hombres desviados” Cito lo anterior con el fin de dar a entender un poco mi punto de vista frente a estos “malestares” como los denomina Taylor; que repercuten en el constante declive de nuestra sociedad. Cuando nos referimos al término modernidad no podemos pensar en el presente, absoluto; exactamente sino que un alto porcentaje; me atrevería a de ir; éste término aparece y toma efecto desde el siglo XVII presentando malestares culturales, sociales, políticos y económicos; que continúan con el final de la segunda Guerra Mundial, y el pensamiento totalitarista como el de los Estados Unidos, Francia y Reino Unidos, dan el reflejo del presente en el estado como dirigente y en el pueblo.


Taylor destaca como tres formas de malestar; el individualismo, la primacía de la razón instrumental - que a mi punto de vista -  me atrevo a llamarlo como “decadencia del razonamiento” que más adelante me permitiré aclarar. Y la tercera forma; la política como consecuencia de los dos anteriores.

   1) El Individualismo: “Pérdida del Sentido”

Parte desde que el hombre entiende que puede llegar a ser un ser autónomo, libre sin opresión alguna, que es un ser racional y social. El anterior aspecto se ha desviado de su contexto – por el mismo hombre – porque aprovecha a esa misma sociedad como instrumento para su único y exclusivo beneficio, y no como el contexto en el que  se desarrolla y para el que se desarrolla. Claro está que mi intención no es desvalorizar “el individualismo” ya que gracias a esa iluminación; consiguió escapar de los horizontes morales del pasado, saliendo de esa “gran cadena del ser”. Pero esa libertad fue desacreditada (“desencantamiento” del mundo) al ser el reflejo de lo anterior, es decir, “la libertad moderna” donde dichos órdenes son ignorados y hechos a un lado para el propio beneficio.

Para Taylor esto significa que el desencantamiento de éstos ordene de la “gran cadena del ser” no cumplieron con el sentido que le daban al mundo (su existencia) y a las actividades de la vida social, tomando las materias primas o instrumentos potenciales como “herramientas” meramente instrumentales perdiendo su magia.

Durante el desarrollo de éste tema. Taylor dice (plantea) algo que a mi opinión es el eje de la discusión, es decir, lo que genera la inquietud que aqueja a ciertos pensamientos – incluyendo el mío -  “La pérdida de la dimensión heroica de la vida” porque ya no sienten que su existencia va a un fin más elevado, con algo por lo que vale la pena morir. Sufrimos de despotismo frente a una idea que no nos proporciona la mas mínima pasión (interés, ganas de vivir y de seguir) por ese sentido de la vida (Alexis Tocquville), prefiriendo centrar su vida en el individualismo, en pocas palabras, preocuparse específicamente “en el yo” lo que estrecha y hace más angosto el camino hacia la libertad, declinando mas el interés por el bienestar o fin de los demás y la sociedad en sí misma. A esto se le puede conocer como la “generación del yo” y el “narcisismo”.

   2) Primacía de la razón instrumental; “Eclipse de los fines frente a la razón instrumental desenfrenada.

Esto de alguna manera es implícito al individualismo, porque al suprimir las ordenes da paso a “coste-rendimiento” como única medida para el éxito, es decir, creciendo en un ambiente totalmente capitalista volviendo al hombre como un animal de “de éxito, desviando el camino de la voluntad de Dios, siguiendo por esta línea del coste-rendimiento“ el cambio ha sido más bien de “libertinaje” a un cambio liberador porque se llega hasta el punto de valorizar con el sentido literal de la palabra la vida humana y su razón de ser.

Ahora bien cabe. – entonces aclarar mi posición a este “razonamiento instrumental, poniéndole el nombre de decadencia del razonamiento”, ya que este desarrollo se ve reflejado en el avance tecnológico porque este desarrollo estimula la mente del creador de dicho artefacto tecnológico pero facilita (la vida) y embrutece el desarrollo mental del que lo utiliza. Utilizando esto, como una respuesta a ciertas situaciones donde se necesita un manejo o una aplicación diferente a la tecnológica.

Claramente Patricia Benner apoyó lo anterior con su argumento en el enfoque tecnológico de la medicina, porque los médicos o especialistas no están tratando con entes mecánicos, sino con seres humanos sensibles;  esto se les olvida porque están tan imbuidos de sus deberes y conocimientos de la alta tecnología para la vida, (curar-salvar). Si a ella se le diera el manejo adecuado y se le otorgara el lugar que debe tener, no se presentaría ese aplanamiento y estrechamiento de nuestras vidas. (El fin o misión de la vida “sentido de la existencia”).
 
   3)La Política; “Pérdida de la libertad”

Ese mismo pensamiento que se ha venido tratando donde prima el individualismo no sólo radica en el ser (en sí mismo), sino a un estado que “rige” a ese ser o conjunto de seres; la polis. Esto lleva a un pensamiento sedentario y facilista prefirie3ndo dejar todo en manos de ese “Estado”, sin darse cuenta que así mismo como ellos son individualistas ese mismo Estado lo hace, entonces ¿qué sentido tiene que haya uno?.

Se ha venido la idea de un “sistema democrático – me atrevo a citarlo entre comillas -  porque a pesar de que como dice3n el voto es la voz del pueblo, ese pueblo por su pésimo pensamiento individualista y de pérdida de la razón, no entiendo que ese Estado está conformado por seres iguales a ellos con los mismos intereses (en lo único que coinciden) el beneficio propio.

Para concluir con éste análisis me gustarías seguir el pensamiento de Tocqueville…”los mecanismos impersonales antes mecanizados pueden reducir, nuestro grado de libertad, pero la pérdida de la libertad política. Vendría a significar que hasta las  opciones qu3e se nos dejan ya no serían objeto de nuestra elección como ciudadanos sino de un poder totalmente irresponsable”…entonces ¿se va a seguir permitiendo? O más bien ¿vamos a seguir permitiendo esta decadencia de la raza humana y su fin?


Diana Patricia Doncel Quinayas
Estudiante del Curso "Introducción a la Ética"
Univalle

La primera conferencia nos plantea algunas objeciones que hay contra lo que se ha llamado la sociedad moderna, aquí la palabra malestar significa el declive que experimenta la sociedad a pesar de la civilización (pág. 31),  pues si bien es gracias a la modernidad donde se han alcanzado libertades, parece ser que algunas de estas libertades no son más que un título, pues en la realidad el ser humano se encuentra desprovisto frente a todo un empedrado que se construye ante sus ojos que hace que su vida se angoste gradualmente.

Las tres formas de malestar que Taylor nos presenta aquí son: el individualismo, la razón instrumental y por último la pérdida de la libertad. Al plantear el individualismo, el autor manifiesta que para muchos es como uno de los grandes logros de la modernidad, aunque algunos factores como la familia o la situación económica no permita que se garantice la libertad de ser (pág. 39). El coste que se pagó por este logro para Taylor fue la pérdida de sentido, ya que esta libertad se logra al escapar de los horizontes morales del pasado, los cuales daban sentido a la existencia humana puesto que el hombre hacía parte de todo un orden donde cada ser ocupaba un lugar determinado, a esta pérdida se ha denominado «desencantamiento» del mundo, cabe decir aquí que esa pérdida de la estructura sagrada -como lo dice Taylor- de ese sentido que se encontraba justamente en el límite, el cambio de significación y la pérdida de finalidad han llevando al hombre a una sensación de angostamiento de su propia vida.

La segunda forma de malestar, Taylor la localiza en la primacía que tiene la razón instrumental la cual ve todo bajo una lógica de coste-beneficio, si en un principio su meta se hallaba en alcanzar la felicidad de los individuos, esto ha avanzado hasta el punto en que las cuestiones humanas han caido bajo esta lógica olvidándose del sentido que caracteriza la existencia humana, en donde el hombre es visto bajo los términos de máximo rendimiento.

Por último se encuentra la pérdida de libertad hallada en las instituciones y la estructura marcada, claro está, por la razón instrumental, estas instituciones y estructuras pretenden satisfacer el hombre bajo este precepto siempre y cuando éste se encuentre a gusto, pero qué pasa con aquellos que no dirigen su vida bajo la estructura de la razón instrumental; se ven claramente vulnerados en cuanto a  su libertad.  Pero esa pérdida de libertad también se hace evidente en la pérdida gradual de derechos democráticos a los cuales el hombre ha venido asistiendo y del cual es en gran parte responsable el individualismo.

Taylor plantea que si bien hay otros autores qué se han preocupado por estos temas, hay una discusión de cómo debería formularse este problema;  por otro lado quiénes salen a la defensa ven en esta objeción una añoranza al pasado.


Andrés Felipe Ordóñez
Estudiante del Curso "Introducción a la Ética"
Univalle


Charles Taylor hace en esta primera parte de su obra La ética de la autenticidad una presentación de tres preocupaciones sobre la modernidad, fenómeno primordial de estudio para la disciplina filosófica. Expone, pues, como derivados de una “evolución” de la sociedad, en primer lugar, el individualismo que rige y define la modernidad, el cual es considerado cómo el logro más alto de la modernización. El hombre ya no es parte de un engranaje cósmico o una estructura social que lo trasciende, ahora el individuo prevalece sobre cualquier objetivo colectivo o espiritual y se tiene la libertad de decidir una moral y unos objetivos propios, este individualismo según el autor deriva en la muerte de los fines heroicos que la vida humana pudo tener en un pasado y de las dependencias de un ideal cósmico que pudo regir las acciones también.


En segundo lugar identifica una preocupación que se puede decir es derivada del pensamiento individualista y es una prevalencia de la eficiencia y el beneficio en ciertos aspectos de la vida productiva moderna, aspectos que cada vez son más y tienden a invadir los campos abstractos del pensamiento en los que la persona suele tomar decisiones basadas en principios y marcos de pensamiento, marcos tales como los idealismos humanistas, que pueden llegar a ser, en términos de utilidad, improductivos y, por ende, indeseables. Esta es la tendencia a la racionalidad instrumental en donde las decisiones se derivan de un cálculo vulgar del costo de la acción y el beneficio que produce.


En último lugar expone una tercera preocupación y es la pérdida de la libertad a causa de la absorción de la racionalidad instrumental y el individualismo como obstáculo para la gestión política, alega, pues, que un hombre encerrado en sí mismo y amarrado de manos por la racionalidad instrumental no va más allá de la vida que le vende la modernidad y se conforma con esa vida chata, estandarizada y estática, sin ánimos de protesta por el hecho de sentirse impotente frente a un estado burocrático que lo trata como individuo atómico, cerrando así un circulo vicioso.


Angélica Cárdenas Rosero.
Estudiante del Curso "Introducción a la Ética"
Univalle

Charles Taylor plantea tres focos de atención como muestra de lo que él llamó malestar de la modernidad,  estos son el individualismo, la razón instrumental y las consecuencias que estos generan en la política.  

El individualismo: considerado como gran logro de la modernidad, incluso respaldado por los sistemas legales, se genera rechazando una moralidad pasada, argumentando la desacreditación en sus jerarquías fundamentadas en la pertenencia a una “gran cadena del Ser”;pero provoca una pérdida desentidoy de interés por los demás que era parte de ese amplio horizonte de acción junto a la dimensión heroica,ahora limitado a sí mismo y carente de pasión. 

La razón instrumental: se ha impuesto de la mano del desarrollo tecnológico que ha cambiado drásticamente los criterios de valoración, en aras de la eficiencia máxima, así incluso la vida humana pierde significado siendo tratada como un instrumento más en los proyectos de diversos campos del conocimiento. 

En la política básicamente se habría dado paso a una clase de gobierno “paternalista” que buscaría un bienestar para todos fácilmente manipulable, dejando poco espacio a la participación real de los ciudadanos que no se percatarían o no les interesa y se verían prácticamente obligados a seguir el camino trazado, esto significaría la pérdida de libertad política.

En apariencia la sociedad ha alcanzado altos niveles de desarrollo utilizando una masificación de conceptos a favor de la “libertad”, pero ha logrado precisamente el efecto contrario: una sociedad deshumanizada, acomodada y con un cambio profundo de sus criterios de valoración que se conforma con las opciones establecidas.


 Sebastián Cadavid
Estudiante del Curso "Introducción a la Ética"
Univalle

El trabajo introductorio del libro que Charles Taylor tituló originalmente The malaise of modenity, enuncia los tres problemas que el autor considera transversales en la “pérdida o declive” de la identidad moderna; las tres formas de malestar, en el decir de Taylor. 

El primero de estos conflictos sería el individualismo: los términos en los que se lo postula como malestar estriban en la ausencia de la trascendencia de la acción, en el abandono de los valores morales del pasado y, más importante aún según el autor, la pérdida de la jerarquización de ellos en dicho horizonte axiomático. 

En este asunto, la inclinación religiosa de Taylor, destacada por Carlos Thiebaut en la introducción a la edición castellana [1], se evidencia cuando los “horizontes morales del pasado” se confunden con los de la cosmología judeo-cristiana. Así, la “gran cadena del Ser”, a la que alude el autor, incluía, por ejemplo, ángeles y cuerpos celestes. 

Es en este sentido, en el que la sociedad se aleja de dichas condiciones de convivencia, cuando la pérdida del sentido del mundo se constituye y desemboca en una suerte de utilitarismo descarnado donde hasta los animales han perdido sus roles simbólicos: el “desencantamiento del mundo”. Las altas metas, siguiendo al autor, son reemplazadas por proyectos pequeños y vulgares (aquí retoma una frase de Tocqueville). 

Es así, que el individualismo no es más que la evidencia de un alma estrecha incapaz de abarcar la vida en comunidad. 
Lo que se deriva de esta situación es que la otredad será reconocida en tanto las nociones de cuantía, eficacia, medida, coste-rendimiento, beneficio; estamos, dice Taylor, en el reino de la “razón instrumental”, el segundo malestar. 

La vida humana como mercancía o como potencia de producción. La permanencia mística del Ser enajenada por la efímera condición del electrodoméstico (en este punto siguiendo a Arendt y a Weber). Los fines de la existencia se nublan, nos hacemos leves, volátiles. Lo más importante en este aspecto es que Taylor no se adhiere a los postulados alarmistas y pesimistas en la resolución de tal coyuntura, no cree que haya que desmantelar las representaciones de Estado, Institucionalidad y Mercado, no cree en la inacción política, (el tercer malestar). Todo lo contrario, la reconstrucción de los valores ciudadanos, la reconquista de la dignidad ciudadana, nos permitirán, concluye Taylor, recuperar la libertad social y la libertad política.



[1] Taylor, Charles. La ética de la autenticidad. Ediciones Paidós, Barcelona, 1994.

VIDEOS QUE PLANTEAN PROBLEMÁTICAS ÉTICAS...