"Niño geopolítico, observando el nacimiento del hombre nuevo" - Salvador Dali, 1943 - Oil on canvas, 45.5 x 50 cm - The Salvador Dalí Museum (Morse Charitable Trust), St Petersburg, Fl, USA.

viernes, 8 de octubre de 2010

"LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO" DE CHARLES TAYLOR...


Juan Sebastian Cadavid
Estudiante del Curso Introducción a la ética
Universidad del Valle

Siguiendo los ejes en los que se movilizan las críticas a la cultura de la autenticidad, repasa el filósofo canadiense el enfoque que reprueba el carácter instrumental al que son reducidas las asociaciones sociales y comunicativas del individuo que enarbola la autorrealización y que deviene en una suerte de “anti-eticidad”. En este sentido, las relaciones que entabla el individuo son sirvientes de una finalidad que vendría a sustentar tal lazo y que resulta, por ejemplo, en valoraciones funcionales. Taylor llama la atención sobre “la centralización en el yo” que parece sugerir, a propósito de la  ética de la autenticidad, esta crítica político- moral; desconociendo que la raíz epistemológica de la autenticidad “es una faceta del individualismo moderno, y constituye un rasgo de todas las formas de individualismo (…) que propongan modelos de sociedad”. Con esta claridad, el autor destacará dos manifestaciones posibles de la reflexión sobre la vida en comunidad en la cultura de la autorrealización, a saber: el “derecho universal” y “la esfera de la intimidad”. La primera manifestación se relaciona con el principio moral del relativismo blando que a la vez que otorga al individuo su irreductible mismidad, lo previene de violentar la de la otredad, dado el carácter general y “justo” de esa oportunidad denominada “uno mismo”. La segunda evidencia la liga el autor con los estadios cotidianos o anodinos en los que el Ser se autoexplora y autodescubre, Charles Taylor insinúa que este vuelco de la “esfera superior a la “vida corriente” que se distingue en la noción de la “vida buena” tiene raíces bastante antiguas[1]

Además de esto, la condición dialógica de la construcción de la cultura y del sujeto también contiene su correspondencia con el desarrollo de la autenticidad moderna. Distinguiéndose, según el autor, dos cambios claves que a este respecto se evidencian en la disyuntiva entre identidad y reconocimiento. Por un lado, el derrumbe “de las jerarquías sociales” que promovía sustentos para la exclusión y la desigualdad; por otra parte, el cambio del concepto de “honor” por el de “dignidad” que esconde un profundo interés por aquello que pudiese revestir a la individualidad en general y no a unos cuantos individuos (este cambio es sumamente caro para la democracia contemporánea, pero ¿será un logro o una preocupación que a la postre ha resultado casi irresoluble para los demócratas?). Una manera de comprobar que estas nuevas premisas han tenido mella en el orden de lo social, podríamos encontrarla, siguiendo a Taylor, en la trasformación, subyacente en el principio constitutivo de la identificación del sujeto, que se nota entre el rol que definía al Ser en tanto la investidura funcional que la sociedad le lanzaba, y el sujeto moderno que elige su propio rol (no se abandona el rol como “carné” identificatorio, “puesto que las personas pueden todavía distinguirse por sus papeles sociales”, pero la autenticidad ha antepuesto la elección del yo a la de la sociedad misma, sin embargo, es la sociedad la que deberá aún reconocer, mediante el dialogismo, el a priori selectivo y original del yo; es aquí donde la cultura de la autenticidad introduce las reflexiones sobre los determinantes del reconocimiento, cuya negación “puede constituir una forma de opresión”).             



[1] En este punto, sería bastante interesante indagar como se cumple en la historia de la literatura esta dinámica de abandono de la gravedad de lo superior-enaltecido-sagrado, a lo mundano-cotidiano. Se me ocurre, para comenzar, cómo el ascenso moral en la Commedia, de Dante Aliguieri, recurre a tres estadios sacros de la tradición judeo-cristiana para repasar como las sociedades y los individuos se procuraban su bien, además, claro, las consecuencias punitivas u honrosas de dichos cauces; mientras que, distante del Renacimiento dantesco, un autor como Balzac trasladará sus inquietudes por los horizontes morales de la sociedad francesa a los estadios de las Escenas de la vida privada y las Escenas de la vida social en las que se divide su Comedia Humana. El desarrollo de esta intuición necesitaría, no obstante, su propio texto argumentativo.

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